Científicos del Instituto Nacional sobre el Abuso de Alcohol y el Alcoholismo (NIAAA) y el Centro Bowles para Estudios sobre el Alcohol de la Universidad de Carolina del Norte, en Estados Unidos, aseguran que el consumo excesivo de alcohol conlleva una especie de reprogramación del cerebro que hace al individuo más susceptible a padecer trastornos de ansiedad, según informa Nature Neuroscience.
Los médicos habían observado, hace tiempo, una relación entre el alcoholismo y los trastornos de ansiedad, como el trastorno de estrés post-traumático (TEPT), al tiempo que las personas que beben en exceso tienen un riesgo mayor de eventos traumáticos, como accidentes de tráfico y la violencia doméstica, pero eso sólo explica parcialmente la conexión.
Pero ahora, un nuevo estudio ha revelado que el consumo excesivo de alcohol reconecta los circuitos del cerebro, haciendo más difícil que los alcohólicos se recuperen psicológicamente después de una experiencia traumática.
Thomas Kash, profesor de Farmacología en la Universidad de Carolina del Norte explica que básicamente, la investigación muestra que la exposición crónica al alcohol puede causar un déficit con respecto a la forma en que los centros cerebrales cognitivos controlan los centros emocionales en el cerebro.
Una historia de abuso de alcohol puede perjudicar el mecanismo crítico de recuperación tras un trauma y, al hacerlo, aumenta el riesgo de sufrir trastorno de estrés postraumático, apunta el científico Andrew Holmes, del NIAAA, autor principal del estudio. Holmes indica que el próximo paso será probar si estos hallazgos preclínicos se traducen a los pacientes que actualmente padecen de TEPT comórbido y abuso de alcohol. Si lo hacen, este hallazgo podría conducir a una nueva reflexión sobre cómo mejorar el tratamiento de estas graves enfermedades.
En el transcurso de un mes, los investigadores administraron a un modelo experimental una dosis de alcohol equivalente al doble del límite legal para conducir en los seres humanos. A un segundo grupo a los que no se les administró alcohol sirvió como grupo control. El equipo utilizó leves descargas eléctricas para conseguir que todos los individuos temiesen el sonido de un tono breve.
Cuando el tono se reproducía de forma repetida sin la descarga eléctrica de acompañamiento, el grupo control dejó de temer el sonido, poco a poco. Los que teníanuna exposición crónica al alcohol, por otro lado, se quedaban inmóviles en un lugar cada vez que se reproducía el tono, incluso mucho tiempo después de que las descargas eléctricas se hubiesen detenido, un patrón similar al que se observa en pacientes con trastorno de estrés postraumático, que tienen problemas para superar el miedo, incluso cuando ya no están en una situación peligrosa.
Los investigadores atribuyen el efecto a las diferencias en los circuitos neurales de los individuos expuestos al alcohol. Comparando el cerebro en ambos grupos, los investigadores observaron que las células nerviosas de la corteza prefrontal de los expuestos al alcohol tenía una forma diferente. Además, la actividad de un receptor clave, NMDA, se suprimió en los que recibieron altas dosis de alcohol.
Holmes apunta que no sólo estamos descubriendo que el alcohol tiene efectos perjudiciales en un proceso emocional clínicamente importante, sino que también estamos en condiciones de ofrecer una idea de cómo el alcohol puede perturbar el funcionamiento de algunos circuitos cerebrales muy específicos.
Comprender la relación entre el alcohol y la ansiedad a nivel molecular podría ofrecer nuevas posibilidades para el desarrollo de fármacos que ayuden a los pacientes con trastornos de ansiedad que también tienen una historia de consumo excesivo de alcohol.