No es necesario realizar un estudio patográfico de Ana de Austria para dictaminar la causa fundamental de la muerte, pero sí lo es el comentar de qué forma en la enfermedad de la regente de Francia se cruza un estrafalario médico, Juan Gaspar Ailhaud (1674-1756), que ejerce la Medicina en la linde con la superstición.
Aquella época, principios del siglo XVIII, fue muy propicia a que en la praxis médica se introdujeran otras formas extrañas de curar, muy próximas a la magia, al curanderismo y a la charlatanería. Y es que aún estaban presentes en la memoria de las gentes las teorías de la vieja alquimia y la influencia sobre la salud de la disposición de los astros. Tampoco los médicos podían evadirse de los sedimentos producidos por las teorías del belga Van Helmont y su antecesor Paracelso.
Paracelso se rebeló contra la teoría de los cuatro humores cardinales de los galenistas, emitiendo su propia teoría de las tres sustancias químicas, centro del organismo y de sus enfermedades. Consistía en que todos los seres están integrados por mercurio, sulphur y sal. En el cuerpo del hombre, suponía Paracelso que la ordenación de las tres sustancias se debía a una fuerza vital específica que llamaba “arqueo”. Si la acción de este era insuficiente, se producían una serie de dolencias: reumáticas, inflamación de las articulaciones, gota, etc. De esta forma, Paracelso llegó a una visión dinámica de la enfermedad, basada todavía en unas nociones químicas embrionarias, pero que tuvo una gran influencia en el desarrollo posterior de la Medicina.
Van Helmont creía que los elementos básicos del universo no eran ni los cuatro de Galeno ni los tres de Paracelso. En su opinión, toda materia podía reducirse a agua, lo que coincidía con las Escrituras: “el segundo día Dios creó el firmamento al separar las aguas”. Van Helmont, por su parte, sustentaba la existencia de una fuerza vital o espíritu, al que llamaba “blas”. Este espíritu organizaba todos los procesos corporales e intervenía en todos los fenómenos orgánicos tendentes a librarse de los productos mórbidos. Bajo el poder del “blas”, todo fenómeno fisiológico era puramente químico, mediado por la acción de un fenómeno (enzima) al que llamaba “gas”. Esto le aproxima extraordinariamente a los puntos de vista actuales. Este fermento (“gas”) −y aquí es donde Van Helmont se desvía de Paracelso− presidía las funciones vitales, rigiendo la nutrición, el movimiento o la respiración. De esta forma, introduce su teoría, que queda sorprendentemente simplificada: cada “gas” es un instrumento de su correspondiente “Blas”, y este, a su vez, era impulsado por un alma sensitivo-motora (anima sensitiva motivaque) que reside en el estómago (el sitio más delicado del organismo, ya que un golpe en dicha región anatómica destruye la conciencia).
Pues bien, el Dr. Ailhaud, partiendo de su militancia helmontiana y su teoría aquí expuesta muy simplificadamente, pergeña una curiosa proposición del enfermar basada en la existencia de una sola causa para todas las enfermedades. Había nacido la “Medicina universal”.
Y para estas enfermedades de tan solitario contenido etiológico, un solo remedio: ses poudres pourgatives.
Siles Cabrera nos remite a una publicación del siglo XVIII [1] donde se expone su concepto de la Medicina y su único remedio.
Lo curioso es que, desde su ciudad natal, Aix en Provenza (Francia), fue capaz de difundir sus remedios [2] al resto de Europa durante muchos años. Y tanta popularidad adquirió que era llamado a tratar a personajes célebres de las artes o la nobleza de aquella época, como sucedió con Ana de Austria, desahuciada ya por otros galenos. La historia es así:
Ana de Austria (Valladolid, 1601 – París, 1666) hija de Felipe III, rey de España, y de Margarita de Austria, se casó a los catorce años (1615) con Luis XIII de Francia. Durante gran parte de su matrimonio se sintió humillada por sospechas de infidelidad con el duque de Buckingham, existiendo incluso el rumor de que el legendario personaje, Máscara de Hierro, era hijo suyo [3]. Tras 22 años de distanciamiento entre los esposos, tiene lugar una reconciliación, fruto de la cual nace Luis XIV, el Rey Sol (1638). A la muerte de su esposo, Ana es nombrada regente de Francia a la edad de 42 años.
A partir de la primavera de 1663 la reina se siente enferma. En esta época, y aún antes, con motivo de otros males menores, interviene en la salud de la reina el médico malagueño Gallego de la Serna, que mantiene consultas médicas muy polémicas con otros físicos franceses. Pero es en 1664 cuando Ana de Austria se nota un abultamiento en una de sus mamas. Esto origina sucesivos tratamientos, desde emplastos de cicutas a sangrías repetidas, todo bajo la dirección Guy Patin, que en muchas ocasiones se había manifestado agresivamente crítico con Van Helmont y con los que él llamaba “médicos charlatanes” [4].
Casi agotada la nómina de médicos ilustres y sin éxito alguno en la dolencia de la reina, se llama para tratarla al clérigo François Gendron, que contaba con ciertas aptitudes sanadoras, y que la interviene quirúrgicamente. Los resultados de esta terapéutica también fueron malos. Por eso, y dada la notoriedad adquirida por Ailhaud, se decide que este intervenga, como último recurso. La sola posibilidad de que Ailhaud fuera llamado a palacio motivó el ataque de Guy Patin que se expresaba de esta manera en una carta a su amigo Falconet (1665): “Se ha hecho venir a un médico llamado Ailhaud que es un gran charlatán y discípulo de Helmont”.
Ailhaud sigue a la corte y trata a la reina Ana sucesiva y repetidamente con su poudres pourgatives y emplastos, no obteniendo tampoco éxito alguno.
En Saint-Germain, donde a la sazón se encontraba la corte, la reina es sangrada, pero la situación empeora y el pronóstico es sombrío, por lo que se decide retornar a París, donde es intervenida de nuevo, ahora por el propio Jean Ailhaud, que conjuga esta vez los polvos que le hicieron famoso con la cruel terapéutica del escalpelo, logrando solo mortificar más y más el organismo de la reina.
Lo que ocurrió con Ana de Austria es un ejemplo más, entre otros muchos similares, de cómo los políticos de turno se empeñan inútilmente en prolongar la vida de los gobernantes en una actitud bárbara de obstinación o encarnizamiento terapéutico. Es lo que entonces ocurrió. Tras la intervención de Ailhaud aparece un cuadro de erisipela, seguido de un proceso séptico generalizado. En vista de lo cual, el doctor Ailhaud, con sus polvos y su escalpelo, es despachado, y en su lugar se ficha a otro físico de Milán que, como el médico provenzal, contaba con el remedio de todos los males. Once días después (20 de enero de 1666) moría Ana de Austria de un carcinoma de mama, pero mortificada por la absurda actuación de médicos charlatanes, curanderos y físicos ortodoxos, pero profundamente ignorantes todos.
Aunque la actuación del protagonista de esta historia culminó en fracaso, su estancia en la corte como médico regio fue lo suficientemente prolongada como para obtener muchas prerrogativas. Entre ellas, barón de Castelet y ser nominado como “noble, de talento sublime, segundo Salomón y facultativo de despachos reales”.
Fue finalmente el doctor Simone-Andre Tissot el que lo desenmascara públicamente en el capítulo “Charlatanes y curanderos” de su célebre obra Avisos al pueblo acerca de la salud o Tratado de las enfermedades más frecuentes de las gentes del campo.
No hay año que no se acredite alguna panacea con mayor o menor crédito, más por fortuna pocos han tenido tanto como los polvos de un tal Ailhaud, vecino de Aix en Provenza, que inundó Europa durante algunos años de un purgante acre, cuya memoria permaneció largo tiempo
El Dr. Ailhaud y la enfermedad de Ana de Austria. Modelo de encarnizamiento terapéutico
Autor Dr. Ángel Rodríguez Cabezas. Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas. Sociedad Española de Historia de la Medicina
11 de diciembre 2023. 10:08 am