El
dolor irruptivo oncológico (DIO) tiene un efecto dominó en el paciente con cáncer y afecta tanto a la calidad de vida como a la funcionalidad del paciente. El dolor condiciona el estado físico y mental de la persona afectada, su movilidad, su descanso, el sueño; en general, afecta a su funcionalidad en un sentido amplio, ya que no solo no puede hacer muchas actividades de su día a día, sino que además no tiene ánimo ni le apetece hacerlas, con lo que se genera el mencionado efecto dominó.
En meses de invierno, con la falta de luz y el frío, esta funcionalidad se reduce aún más. Las consecuencias de tener DIO son una mala calidad de vida, problemas de convivencia o empeoramiento de la relación con sus cuidadores.
Se produce un impacto directo y negativo en su autoestima y sus relaciones sociales.
Todos estos trastornos no ayudan en la recuperación del paciente oncológico ni en la sensación de que su tratamiento está teniendo éxito, sino todo lo contrario.
Formación de los especialistas
Desde que son residentes, los oncólogos deben formarse bien en el tratamiento del control de síntomas, especialmente los relacionados con el dolor del paciente. Además, se necesitan más recursos para el control de estos síntomas, como consultas específicas y gestores de casos que sigan a todos los pacientes oncológicos desde su diagnóstico.
Asimismo, los médicos deben tener en cuenta que el dolor tiene una alta prevalencia en las personas con cáncer, y que evoluciona según avanza su enfermedad. Igualmente, debe considerarse que varía la percepción que tiene el paciente de su propio dolor, por lo que es necesario revisar la evolución de este síntoma periódicamente y de forma individual.
Algunas personas al ser preguntadas contestan que tienen dolor, pero que lo pueden soportar. En ocasiones se debe al estigma que les supone recurrir a mórficos para el alivio de su dolencia y a que asocian su uso al empeoramiento de la enfermedad.
Afectación psicológica en pacientes con DIO
Desde las primeras consultas, los médicos advierten y conciencian a los pacientes de que tanto su enfermedad como los tratamientos les pueden o les van a causar dolor. De una manera preventiva, les pautan ya fármacos analgésicos.
Todos los pacientes con dolor, especialmente en fase no controlada, necesitan atención psicológica. En general, estas personas no entienden por qué no pueden dejar de sufrir o piensan que no les dedican tiempo suficiente o no se les escucha.
En ocasiones, se hacen los fuertes en las consultas y no reconocen delante del médico el nivel de dolor que tienen ni la falta de ánimo o depresión que sufren. Son los cuidadores quienes informan de la situación real del paciente. Esto es una prueba clara y muy significativa de su lucha mental e interna.
Se necesitan recursos en términos de tiempo y personal para atender bien a los pacientes oncológicos con dolor. La mayoría son pacientes paliativos (no necesariamente terminales) que necesitan ser escuchados, valorados y seguidos recurrentemente.
El no poder dedicarles el tiempo necesario desencadena que ellos sientan frustración y eso puede ser condicionante de una futura depresión. Por otro lado, y de forma paralela,
los oncólogos también sienten que no pueden dedicar tiempo al paciente como éste merece. Ello también les crea inseguridades y dudas, porque no saben si el paciente ha entendido bien todo lo que se dice en la consulta.
Formación en el tratamiento del dolor
El dolor es una de las principales preocupaciones de los pacientes con cáncer, y una pregunta recurrente que hacen es: “Doctor, ¿me va a doler?”. Afortunadamente, cada vez son más conscientes de que no tienen por qué pasar dolor.
Muchas personas asocian este síntoma al tratamiento que se les está dando para revertir su enfermedad. Cuando nadie les explica bien el uso de los analgésicos, suelen realizar muchas consultas telefónicas.
Los médicos también necesitan información y documentación para estar actualizados en el tratamiento del dolor. De esta forma, pueden dar una respuesta satisfactoria a sus pacientes, tanto en su titulación, como seguimiento y posterior desescalada, pues con frecuencia los pacientes preguntan si hay riesgo de adicción a estos fármacos.
Adherencia al tratamiento para reducir el dolor
La adherencia al tratamiento es clave para conseguir la respuesta al tratamiento del dolor. Para conseguirlo, es indispensable conocer el tipo de dolor que tiene el paciente, el nivel o tipo de fármaco que necesita y la dosis mínima eficaz.
En definitiva,
se trata de evaluar y titular, así como disponer de tiempo para poder informar bien al paciente y a su cuidador. Con estas claves se puede conseguir que el paciente se adhiera al tratamiento y, por lo tanto, alcance la respuesta analgésica esperada.
Los principales obstáculos en la adherencia terapéutica suelen ser el miedo del paciente al fármaco, sus efectos adversos, el estigma de los opioides o la falta de tiempo para ‘educar’ en su administración.
Apoyo para el paciente oncológico con dolor
El paciente con cáncer que también sufre dolor puede obtener un apoyo social diferente en función del centro en el que recibe la asistencia. Por ejemplo, un hospital de referencia cuenta con trabajadores sociales y psicólogos clínicos que atienden diariamente a muchos pacientes en fases de inicio o más avanzadas.
Sería también necesario poder prestar apoyo psicológico a los facultativos que tratan a los pacientes oncológicos. Estos profesionales, en su día a día, afrontan situaciones duras que causan fatiga, cansancio y mucho desgaste emocional.
Por otro lado, en algunos hospitales no hay una unidad de Psicología que atienda a estos pacientes, y esta función la realiza la
Asociación Española Contra el Cáncer a través de su voluntariado.