En 1898, año tristemente célebre para España puesto que perdimos nuestras últimas posesiones ultramarinas, Azorín, movido según Laín Entralgo “por el doloroso prestigio del año del desastre colonial”, definiría a su generación como la del 98. Sin embargo uno de sus coetáneos, Pío Baroja, no creía que existiese aquélla como tal, pues consideraba que:
“En esa generación fantasma de 1898 yo no advierto la menor unidad de ideas. Había entre ellos (se refiere a los escritores que integran el grupo) liberales monárquicos, reaccionarios y carlistas”. Mi opinión es que todos esos intelectuales comparten rasgos comunes y sienten la emoción de España, planteándose redescubrirla. El doctor Gregorio Marañón (1887-1960) expresaría su deuda de gratitud con ellos, afirmando:
“El amor a la llanura castellana lo aprendí de los hombres beneméritos que en el último tercio del pasado siglo enseñaron a los españoles, y más tarde al mundo, que hay una belleza maravillosa en los horizontes sin fin de la gran meseta, bajo el cielo de un azul de infinita transparencia y lucidez. Me doy cuenta de lo que hay de abstracción, de preocupación espiritual, casi de misticismo, en este culto a la Castilla desolada, al que debemos tantas obras de arte y tantas horas de emoción”.
Fue muy fecunda la actividad de Marañón como autor de prólogos de libros, y en el titulado “Nuevo viaje de España”, de Víctor de la Serna, reconocía la labor de los literatos del 98:
“La gran obra de aquellos pedagogos, que sacaron a los jóvenes españoles de las casas de huéspedes mugrientas, para enseñarles a amar el sol de la sierra y las viejas ciudades y la pulcritud de los cuartos encalados…”.
Orígenes de la amistad entre Marañón y Miguel de Unamuno
Reafirmándose en su pasión por el paisaje castellano escribía el célebre galeno en 1954: “Yo adoro, cómo los españoles de mi tiempo, los que aprendimos a leer en los libros de Unamuno, de Machado, de Azorín, de Baroja, la llanura tensa y desnuda como la palma de la mano…”. Quizás se refería Marañón a los primeros textos de Unamuno, como “Paz en la guerra” (1897), “En torno al casticismo” (1902) o “Vida de Don Quijote y Sancho” (1905). También es posible que el joven estudiante de Medicina se hubiera iniciado en la lectura de su prosa con artículos aparecidos en diarios y revistas de la época, pues al rememorar sus años universitarios escribía Marañón:
“Si abríamos el periódico, recogíamos el pensamiento recién alumbrado de Unamuno”. Tampoco es descartable que fuese por medio de Galdós o de Menéndez Pelayo, que se carteaban con el escritor vasco, el medio por el que Marañón se hizo eco de su nombre por primera vez. Menéndez Pelayo había presidido el tribunal de oposiciones que otorgó a Unamuno la plaza de catedrático de griego en Salamanca, y conservaba varios de sus primeros libros en su biblioteca de Santander. De cómo fue la aproximación a aquellos escritores egregios daba fe Marañón en uno de sus textos, pues al relatar la experiencia de sus largos veraneos en la Montaña, y refiriéndose a su padre, confesaba:
“En Santander tenía un grupo de amigos: Galdós, Menéndez Pelayo y Pereda. Solían reunirse en casa de Don Benito. Allí aprendí a ser liberal. Don José María de Pereda era carlista; mi padre también. Don Marcelino fue al principio carlista, luego dejó de serlo. Era un hombre muy católico, muy respetuoso con todas las creencias, que es a lo que yo llamo liberal…”.
Sabemos que Marañón acudía de joven al Ateneo de Madrid, una Institución de la que llegaría a ser presidente, pues lo consideraba “hervidero de la inteligencia y de la santa pasión del saber”. Pero él frecuentaba la Biblioteca y no la llamada “Cacharrería”, que era como se conocía a uno de sus salones por “el estruendo cacharreril que se oye desde lejos”, donde había tertulias que en ocasiones eran fruto de acaloradas discusiones. En relación con este asunto recordaba Marañón al final de su vida: “Yo no solía asistir a ella, porque para recoger frases o ideas, graciosas o profundas, de algunos grandes maestros que solían acudir a sus reuniones, como Unamuno o Valle-Inclán, era preciso soportar las garrulerías de los peces y pececillos que bullían en torno de los consagrados. Se perdía allí mucho tiempo y yo salía siempre de las discusiones con mal humor. Además cuando se decía algo que valiera la pena, lo sabía todo Madrid a los pocos minutos “. La afirmación no resulta extraña si tenemos en cuenta que Marañón pudo concluir su magna obra, que abarca 125 libros, unos 1800 artículos y cerca de 250 prólogos, por lo que él llamaba su condición de “trapero del tiempo”. Además, si en sus años mozos Don Gregorio contempló de lejos a Don Miguel, es posible que su confesada natural timidez, más acentuada en esa etapa de su vida, le impidiesen saludarle.
Al igual que de niño le gustaba a Marañón la proximidad de Pérez Galdós, necesitó en su madurez la cercanía de Unamuno, al que consideraba un padre espiritual y quizás habría podido ocupar el vacío que sufrió tras el fallecimiento en 1920 de las tres personas que más le influyeron en su juventud: su padre, su suegro, el célebre periodista Miguel Moya, y el escritor canario.
La influencia de Unamuno en la obra de Marañón
Marañón había leído en 1914 en el periódico El Imparcial, las crónicas escritas por Unamuno con motivo de una excursión a la comarca extremeña de Las Hurdes, en compañía de sus amigos franceses Jacques Chevalier y Maurice Legendre, dando cuenta del aspecto desolado y de pobreza que allí contempló. Años después, en 1922 el diputado por Cáceres Don Juan Alcalá Galiano y Osma, habló en el Congreso del abandono de la región de Las Hurdes. Entonces el ministro de la Gobernación reaccionó reuniendo en su despacho a los doctores Marañón y Goyanes para encargarles un informe sanitario al respecto. Tras regresar del viaje Marañón dijo a los periodistas: “Aquellas gentes, en su casi totalidad, son enfermos graves; como que la mortalidad habitual de Las Hurdes supera al noventa por mil”. Fue tal la conmoción que causó el informe que el rey Alfonso XIII viajaría al poco tiempo a la región con Marañón, creándose a su regreso el Real Patronato de las Hurdes para llevar a cabo la reforma y recuperación de la comarca.
También puso Unamuno a Marañón sobre la pista de uno de sus biografiados más célebres. En efecto, un día del verano de 1931, le escribía el médico al filósofo estas líneas desde Francia:
“Querido don Miguel: estoy escribiendo una cosa sobre Amiel, al que leí de muchacho, por Vd. Ahora no recuerdo dónde publicó Vd. sobre este pobre hombre, que lo fue, y lo sabemos, a medida que se publican los restos, hasta ahora escondidos de su Diario. ¿Se acuerda Vd?…”. En efecto Unamuno había publicado en 1923 en el periódico bonaerense La Nación un breve artículo titulado “Una vida sin historia: Amiel”, pues fue uno de los primeros lectores de los “Fragments d´un journal intime”, el voluminoso Diario del ginebrino Amiel, publicado al cabo de dos o tres años de la muerte de aquél.
Al igual que en relación al célebre mito de “Don Juan” en “Amiel (un estudio sobre la timidez)”, uno de sus libros más bellos, lleva a cabo Marañón un agudo abordaje psicológico del ginebrino Henri Fredèric Amiel (1821-1881), que además de poeta y ensayista fue catedrático de Estética y Literatura y de Filosofía. Su enorme timidez le provocaba grandes sufrimientos en su relación con el sexo femenino, condicionando en gran manera su atormentada existencia.
En 1921, con motivo de una conferencia que pronunció Marañón en la Universidad de Salamanca titulada “Sobre la edad y la emoción”, saludó por primera vez a Unamuno. A partir de entonces la admiración y la amistad de ambos iría in crescendo. El tema había sido elegido de una manera oportuna por Marañón, habida cuenta de que fue Unamuno el primero que se hizo eco en España de los experimentos del psicólogo norteamericano William James, tras su lectura del libro “The principles of Psychology”. Según Helio Carpintero, autor del capítulo titulado “Marañón y la psicología”, incluido en el precioso libro “Marañón. 1887-1960. Médico, humanista y liberal”, que sirvió de catálogo de la magnífica exposición conmemorativa del cincuentenario de la muerte del gran médico y humanista celebrada en 2010 en Madrid y Toledo, tanto William James (1842-1910) como el físico y filósofo danés Carl Lange (1834-1900), destacaron que las emociones son reacciones en que una percepción produce de manera inmediata una determinada reacción somática. Interesado por ahondar en estos aspectos el Profesor Gregorio Marañón, en el servicio de Endocrinología que dirigía en el antiguo Hospital Provincial de Madrid, hoy transformado en el Centro de Arte Reina Sofía, llevó a cabo experimentos en sus pacientes inyectándoles pequeñas cantidades de adrenalina, demostrando que sus resultados “destruyen definitivamente los puntos de vista de James y Lange”. En efecto cuando además de inyectar la adrenalina el médico interfería en el experimento incorporando una vivencia de gran carga afectiva para el paciente, la respuesta emocional era más compleja, como sucedió con un enfermo que padecía una insuficiencia suprarrenal (enfermedad de Addison) pues “Le hemos hablado de su hermana, muerta hacía dos años y cuya enfermedad y muerte nos había contado con calma antes de ponerle la inyección, y ahora, únicamente evocándole el recuerdo, esto le produce una intensa crisis de angustia con abundantes lágrimas y profundos sollozos…”. Los resultados de estos interesantes y novedosos estudios los recopiló Marañón en un artículo publicado en la Revue Française d´Endocrinologie, el año 1924, haciéndose eco del mismo en Estados Unidos un eminente fisiólogo, Walter Cannon (1871-1945), que también refutaba la teoría de James-Lange y que fue el que introdujo en Medicina el término “homeostasis”, para referirse a la tendencia de los organismos vivos a mantener estables sus constantes fisiológicas. Cannon reconoció la gran aportación de Marañón y su equipo de trabajo, al diferenciar la vivencia fría de la verdadera emoción. Sin embargo, posteriores publicaciones en inglés sobre el mismo tema del gran médico madrileño no tuvieron el eco internacional que merecían, ya que al no existir en esa lengua la letra eñe se atribuyeron erróneamente a un tal “Maranon”.
En 1954 ingresó en la Real Academia Española Don Pedro Laín Entralgo, siendo el tema de su discurso “La memoria y la esperanza (San Agustín, San Juan de la Cruz, Antonio Machado, Miguel de Unamuno)”. En la contestación al mismo, que corrió a cargo de Marañón, hacía este retrato del filósofo bilbaíno: “Lo mejor de Unamuno estaba en él, en su patente y arbitraria juventud; en el gesto imprevisto que cada trance de la vida le suscitaba; en su fiera independencia; en el tono seco pero recio de su amistad. Acaso su gesto, el que animaba su existencia mortal y el que ha quedado para siempre en las páginas de sus libros, era, a veces, desmesurado. Pero debajo del gesto estaba su alma egregia, empeñada en una pelea ejemplar contra los molinos de viento, que eran sus propias dudas; de cuya lid salía siempre vencedor “
Bibliografía
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- Jiménez Borreguero JF. Gregorio Marañón. El regreso del humanismo. Fotoensayo biográfico. Egartorre libros. Madrid, 2006.
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- Laín Entralgo P. La generación del 98. Colección Austral. Espasa Calpe, S.A. 2ª edición. Madrid, 1997.
- López Vega, A. Epistolario inédito. Marañón, Ortega, Unamuno: S.L.U. Espasa libros. Madrid 2008. ISBN: 9788467028799.
- López Vega, A. Gregorio Marañón: radiografía de un liberal. Taurus Ediciones, Madrid, 2011 ISBN 10: 8430607943 ISBN 13: 9788430607945.
- Marañón G., 'Contribution a l'etude de l'action émotive de l'adrenaline', Revue Française d'Endocrinologie, Vol II, nº 5, 301-325. 1924.
- Rabaté C, J-C. Miguel de Unamuno. Biografía. Taurus. Madrid, 2010.
- VV.AA. “Marañón. 1887-1960. Médico, humanista y liberal”. Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales. Madrid, 2010.