En las últimas
entrevistas realizadas por EL MÉDICO, con el apoyo de ORGANON, para analizar la realidad de un problema tan preocupante como el suicidio, se ha profundizado en temas como la prevención y la identificación de casos de riesgo, e incluso de ciertos casos concretos como es la patología dual, pero ¿qué papel tienen los profesionales ante un intento de suicido?
Ese es el gran reto que enfrentan profesionales de urgencias y emergencias en psicología. Sobre el mismo, profundiza en una nueva entrevista Pedro Martín-Barrajón Moran, psicólogo de emergencias en Madrid y experto en suicidio.
Diferencias entre intentos y suicidios consumados
Poniendo cifras, para empezar, el experto explica que, en población joven,
por cada suicidio consumado hay al menos 200 intentos. En cambio, en mayores de 70 años, por cada dos intentos de suicidio, hay un suicidio consumado. Pese a ello, es difícil tener datos concretos respecto a los intentos de suicido. “Hay lesiones que no llegan a ser ingresos hospitalarios por ser leves y otras porque se camuflan o se esconden”, explica Martín-Barrajón.
Si bien es patente la diferencia entre intentos y suicidios consumados, la explicación se encuentra en muchos factores. Uno es el papel de la psicología de emergencias, pero también el de los familiares o allegados que sorprenden al suicida y detienen su intento. Aunque también es el propio paciente el que en ocasiones llama y pide ayuda.
Protocolo de atención psicológica
Para saber cómo se aborda a ese paciente que pide ayuda, o al que se llega porque alguien le sorprende en un intento de suicidio, el psicólogo explica su trabajo en el desarrollo de un protocolo de atención telefónica durante el servicio de primera atención psicológica elaborado para el Ministerio de Sanidad. “Es un protocolo que se está utilizando en diferentes servicios de emergencia. Básicamente es un
algoritmo de atención telefónica que permite evaluar el riesgo, para tomar las decisiones acordes al mismo. El objetivo es tratar de ‘aplazar la decisión’ para lograr poner a la persona en el camino del siguiente eslabón asistencial. Para ello es clave localizar a la persona para poder enviar ayuda”.
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Si bien la atención telefónica y presencial tienen muchas herramientas en común, como lograr el
“aplazamiento de la decisión”, hay estrategias que varían, precisando la atención presencial de un abordaje más directo y urgente, por ejemplo, cuando alguien trata de precipitarse al vacío.
Otro dato a recalcar por parte del experto es la diferencia cuando en una entrevista con la persona se detecta que hay un problema de
salud mental, como una descompensación o un brote psicótico, que suelen distinguirse por peticiones delirantes y paranoides. “En estos casos, por teléfono, al revés que sucede en una atención presencial, no buscamos la intervención de terceros para conservar su integridad física, ya que esta persona puede atentar contra sí misma, pero también contra otros”.
La importancia de la intervención de los profesionales
Respecto al éxito del protocolo, el psicólogo expone que, de 305 llamadas en 60 días, es decir, 5 llamadas al día, ninguna de estas personas terminó con su vida voluntariamente. Pese a este éxito, lo cierto es que, si bien este algoritmo de prevención se utiliza en más servicios de salud, no existe en otros circuitos como los cuerpos de seguridad, que no reciben una formación única al respecto de cómo intervenir en estos casos.
Aun así, lo cierto es que este personal de emergencia también logra
intervenciones exitosas. “La mayoría de las veces a base de buena voluntad”. Por ello, lo realmente necesario es estandarizar esos criterios de intervención a todos los niveles y en todos los territorios. “No está estandarizado y no se recoge de manera transversal para saber cuál es el papel de cada uno”.
Precisamente, en cuanto al papel del psicólogo de emergencias, Pedro Martín-Barrajón lamenta que muchas veces “este aparece cuando la persona ya ha terminado con su vida, para comunicar la noticia a los familiares”. Además, “no todas las CC. AA. tienen esta figura profesional, en Madrid,
SAMUR lo incorporó hace 20 años, siendo un servicio pionero”.
Una intervención urgente y pautada
Otras diferencias importantes a tener en cuenta es que una intervención dista mucho de una consulta psicológica habitual. En la segunda se ha ido de forma voluntaria, y en una intervención de emergencia seguramente sea un tercero quien haya pedido esa ayuda. “También está el contexto, no es lo mismo una intervención en el ámbito de una consulta o un hospital, que atender en la vía pública”, apunta el psicólogo.
“No diagnosticamos, no hacemos tratamiento, pero tratamos de reconducir la situación para preservar la vida de esa persona”. Así, el especialista en suicidio aporta que
“hay una ventana de 90 minutos desde que alguien tiene la intencionalidad firme hasta que inicia el gesto suicida”. Durante esos 90 minutos hay que lograr que cuente qué la ha puesto en esa situación, que se desahogue, para lograr que disminuya la impulsividad y sea más fácil negociar.
Tras el intento de suicido
Otra duda que surge es si esos intentos de suicido pueden realmente acabarse, es decir, si la persona realmente llega a abandonar la ideación suicida. Algo que el experto aclara de forma rotunda: “No buscamos eliminar las ideas suicidas, sino que el paciente pueda vivir y salir adelante, a pesar de tener esas ideas suicidas. Que esas ideas cada vez tengan menos fuerza y no les empujen hacia esa decisión”.
A modo de conclusión, al respecto de los retos que hay que abordar en la atención a estas situaciones de riesgo, el experto recalca que “hay que
aliviar la carga al personal sanitario de que se ponga sobre sus hombros la responsabilidad de que disminuyan las cifras por suicidio en nuestro país”. No obstante, se sigue teniendo la idea de que esto es un problema exclusivamente de salud mental, cuando las corrientes contemporáneas ofrecen una visión más global. Para ello, impera hacer más
campañas de concienciación pública.
El otro gran problema es que el suicidio no aparece en la
formación sanitaria de los profesionales. “Estos profesionales diana y agentes de cambio necesitan más formación”, asegura a modo de resumen.