El aumento de casos de enfermedades mentales en menores, en parte a causa de los cambios sociales, suponen todo un reto a los especialistas, que para empezar han de afrontar un déficit de recursos y de profesionales. Sin embargo, las mejoras en cuanto a investigación…
El aumento de casos de enfermedades mentales en menores, en parte a causa de los cambios sociales, suponen todo un reto a los especialistas, que para empezar han de afrontar un déficit de recursos y de profesionales. Sin embargo, las mejoras en cuanto a investigación de fármacos, herramientas como la inteligencia artificial y el mejor conocimiento de los mecanismos fisiopatológicos y moleculares tras las enfermedades mentales suponen a su vez todo un motor de mejora de la Psiquiatría Infantil.
Al hablar de Psiquiatría Infantil a día de hoy es imposible no hablar del aumento de la incidencia de patología psiquiátrica en menores, ¿qué cifras se manejan realmente?
La pandemia ha triplicado el número de trastornos mentales en niños y adolescentes, según el Informe de Save the Children 2021. Se estima que entre un 10-20 por ciento de los niños y adolescentes padecen algún trastorno mental y entre el 4-6 por ciento se trata de un trastorno mental grave.
¿Este aumento está ligado a la pandemia o en realidad ya se observaba desde hace más tiempo?
Si bien es cierto que la pandemia ha ocasionado un aumento global en los trastornos mentales en niños y adolescentes, hay que decir que ya en los años previos a la pandemia veníamos observando un claro incremento, progresivo y sostenido, en los problemas de salud mental en esta población.
¿Cuáles son, entonces, las patologías que han aumentado y con qué cuestiones se relacionan, por lo que se ve en consulta?
Lo que hemos observado en la pandemia es, además del incremento, una menor edad y mayor gravedad en nuestros pacientes. La media de edad de los pacientes ingresados en las unidades de Hospitalización de Adolescentes ha bajado de los 15-16 a los 13-14 años y los pacientes de 12 años, la menor edad con la que se puede ingresar en estas unidades, son ahora muy frecuentes, cuando hace cinco años eran excepcionales. Uno de los trastornos que más ha aumentado es el Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA), además coincidiendo con lo dicho, a menor edad y mayor gravedad: con unos IMC (Índice de Masa Corporal, uno de los indicadores de gravedad con relación al peso) mucho más bajos que previamente y en pacientes mucho menores. Las conductas autolíticas y las autolesiones han sido otras patologías que se han disparado; si bien se estima que un 27 por ciento de los adolescentes en la población general europea se autolesiona. Así, se ha observado que esto se ha convertido en una forma casi “normalizada” de gestionar el malestar emocional. Igualmente, observamos una mayor gravedad en las conductas autolíticas, con mayor letalidad. De hecho, el suicidio, como ya es sabido, ha pasado a ser la segunda causa de muerte en niños, niñas y jóvenes (10-19 años), sólo después de los accidentes de tráfico. En ambos casos, especialmente en los dos años posteriores a la pandemia, consideramos factores de riesgo previo que se incrementaron en la pandemia como puedan ser el aislamiento social con el cierre de colegios o las dificultades en la reincorporación a los mismos, unido al uso de redes sociales en su potencial negativo. Todo ello sumado, en el primer caso, al bombardeo en medios de la dieta y el ejercicio para mantener el peso durante el confinamiento pudieron contribuir a este incremento. Esto, unido a la falta de comunicación intrafamiliar a pesar de estar “encerrados juntos”, ya que incluso los niños más pequeños tuvieron, en algunos casos, que ser “entregados a las pantallas” por el teletrabajo. Además, está la virtualización progresiva de las relaciones entre iguales, que ocasiona una búsqueda de identidad virtual, ideal, que enmascara la real, frágil en muchos casos, además, facilita la extensión de las conductas de acoso y violencia más allá de las paredes que las limitaban antes, sin dejar un entorno seguro donde el niño, niña o adolescente pueda librarse de esa “persecución”. Por último, también las adicciones comportamentales (uso abusivo de internet, videojuegos, compra compulsiva, etc.) se han incrementado significativamente en los años postpandemia.
¿Cómo se está gestionando este aumento de la demanda ante la falta de recursos?
Con mucho esfuerzo por parte de los profesionales y me atrevería a decir que, también, de algunas instituciones, aunque esto último siga siendo insuficiente. Este es un problema que debe afrontarse incrementando el número de plazas PIR y MIR de Psiquiatría Infantil, así como ampliando la oportunidad de acceso al título de aquellos psiquiatras que están trabajando satisfactoriamente con esta población. Esta situación nos ha llevado, por una parte, a llevar a cabo iniciativas de prevención primaria y secundaria (acciones para tratar de frenar este incremento sostenido de los problemas mentales en menores) trabajando coordinadamente con los centros educativos. Por otro lado, en los servicios de salud mental tratamos de priorizar la atención a los más graves y desarrollamos nuevos modelos de intervención que van más allá de la clásica consulta individual y van incorporando la telemedicina que nos aportó la pandemia.
¿Hay más secuelas a largo plazo en el caso de pacientes psiquiátricos no tratados precozmente?
El trastorno mental infanto-juvenil no tratado implica un alto coste a la sociedad, que va incorporando jóvenes con importantes problemas de relación, violencia, baja productividad por falta de formación y acceso al empleo y elevado consumo de recursos educativos, sanitarios, sociales y de justicia. Un análisis realizado por la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres, que se incluye en el Informe sobre el estado mundial de la Infancia de UNICEF (2021) indica que, los trastornos mentales entre los jóvenes suponen una pérdida para la economía de 390.000 millones de dólares al año. Con el monto de información existente, y el conocimiento de que el 70 por ciento de los trastornos mentales comienzan antes de los 14 años, es imprescindible considerar el gasto en el tratamiento de los trastornos mentales durante la infancia y adolescencia como una inversión a futuro.
Otro de los datos que llaman la atención es el aumento de otras patologías como es el autismo, un tema en el que ha trabajado bastante, ¿por qué se da este aumento y cómo se está trabajando?
Es cierto, si en los años 80 se decía que afectaba a 1 de cada 2.500 niños, ahora las cifras más conservadoras estiman una prevalencia del 1 por ciento. Los factores causales son variados: en la mayoría de los casos es una combinación compleja y variable de riesgo genético (cada vez mejor identificado) y de factores ambientales que influyen en el desarrollo temprano del cerebro. El factor de riesgo más importante para el TEA es el tener uno o más familiares con TEA. Así, el riesgo de tener otro hijo con TEA está en torno al 20 por ciento, entre 10 y 20 veces más que en la población general. Los factores ambientales con mayor evidencia y que han podido incrementarse en las últimas décadas son la mayor edad de los padres en la concepción, la mayor supervivencia de grandes prematuros, factores de contaminación ambiental y otros que pueden no haberse incrementado, pero de los que tenemos evidencia son la hipoxia periparto o el uso de algún antiepiléptico durante el embarazo. Lo que parece claro es que uno de los factores más potentes en el incremento del diagnóstico de TEA es la mejora en la detección y el diagnóstico. También, la ampliación del concepto clásico de autismo a lo que se consideran ahora los trastornos del espectro del autismo, más amplio, y que se incluye como un trastorno del neurodesarrollo en las últimas clasificaciones de enfermedades (DSM y CIE).
¿Y qué ocurre con el trastorno de déficit de atención que tanto ha dado que hablar? ¿Hay un sobrediagnóstico o hay casos realmente afectados que se quedan sin tratar?
El TDAH probablemente sea el trastorno mental más cuestionado por la población y por algunos profesionales. Creo que puede haber errores diagnósticos, como en toda la Medicina, pero no se puede hablar de sobrediagnóstico porque, de hecho, considero que, efectivamente, muchos afectados, sobre todo chicas y adultos, se quedan sin tratar, con consecuencias nefastas para su evolución y su futuro. El riesgo de fracaso académico, problemas de pareja, embarazo no deseado, consumo de sustancias, problemas de empleo e incluso muerte precoz accidental es claramente mayor para los pacientes con TDAH no tratado.
Más allá del reto general de manejar el aumento de demanda, ¿se está trabajando en el reto de mejorar la seguridad de medicamentos psiquiátricos, precisamente cuando comienzan a tomarse al inicio de la vida y en muchos casos se trata de tratamientos crónicos?
Las agencias reguladoras de medicamentos, especialmente las que directamente nos afectan, la FDA de EE.UU. y la EMA de Europa, han desarrollado hace años una normativa específica para promover la investigación de fármacos en población pediátrica de tal forma que, por un lado, se evite extrapolar los resultados de adultos a los niños y adolescentes y se lleven a cabo estudios en esta población, que tiene características específicas en la respuesta a fármacos distintas de los adultos. Por tanto, cada vez tenemos muchos más estudios de psicofármacos realizados en población específica infantil y adolescente y así, el conocimiento sobre su eficacia y sobre su seguridad es mucho mayor tanto a corto, como a largo plazo.
¿Y en mejorar el ambiente hospitalario para este tipo de pacientes? ¿Se ha trabajado igual que en otras áreas de pacientes pediátricos?
La mejora en humanización es precisamente uno de los objetivos prioritarios de la sección de Psiquiatría Infantil del Hospital Puerta de Hierro. En este sentido, recientemente hemos recibido un premio por la trayectoria de la Psiquiatría Infantil en el hospital, y la apertura de la Unidad de Hospitalización de Adolescentes con esos principios de humanización y atención realmente centrada en el paciente y su familia, que nos genera unos índices de recomendación del 97 por ciento en las encuestas de satisfacción realizadas.
Analizando un poco el perfil del paciente, ¿hay diferencias por sexo, edad, situación socioeconómica, etc. que se estén teniendo en cuenta para una medicina más personalizada?
Cada paciente es completamente diferente de otro con el mismísimo diagnóstico. Cada vez más se están estudiando las diferencias en la presentación clínica de los trastornos en función del sexo o desde la perspectiva de género. Por ejemplo, ahora tenemos mucha más información sobre la presentación del TDAH y el trastorno del espectro del autismo en chicas, que nos lleva a pensar que las diferencias tan importantes en su prevalencia entre varones y mujeres no fuesen tan grandes, si no que, por su presentación diferente, no estuvieran siendo diagnosticadas. Sin embargo, creo que el concepto de medicina personalizada actual va más allá de lo anterior y desciende hasta las raíces más biológicas, no sólo psicológicas o patoplásticas, de los trastornos. Hablamos del conocimiento cada vez más profundo e individualizado de los mecanismos que subyacen a la enfermedad, ya no hablamos sólo de neurotransmisores (la dopamina, la serotonina…), hablamos de análisis funcional del cerebro, mecanismos de neuroinflamación, neuroinmunidad, eje intestino-cerebral, de expresión genética, síntesis de proteínas que hacen más vulnerables a unos que a otros… Aunque creo que, en los trastornos mentales, por su complejidad, y por qué no decirlo, porque se invierte menos, vamos más despacio en la aplicación práctica de estos avances.
En este sentido, los avances tecnológicos como inteligencia artificial, big data, etc., ¿qué impacto están teniendo en áreas como la Psiquiatría Infantil?
Creo que la IA va a suponer un avance exponencial en la investigación, al permitir más precisión, agilidad, rapidez, tanto en el análisis de datos como en la inclusión de pacientes (virtuales) en los estudios de investigación y permitirán realizar estudios con un número de pacientes muchísimo mayor y, por tanto, con mucho más peso de evidencia. De hecho, ya se están realizando estudios en TDAH, autismo, depresión, y como digo, pudiendo introducir variables fisiopatológicas muy difíciles de obtener en la población clínica real, pero que arrojan resultados muy interesantes. Y estamos solo en los inicios.
Recientemente, un estudio de FAD hablaba de cómo los jóvenes hacen un uso activo de las redes y las apps para el cuidado de su salud mental, ¿podríamos dar la vuelta a la tortilla y hacer que esta tecnología, no solo sea parte del problema, sino una aliada para tratar problemas de salud mental con lo que algunos llaman ya una salud mental digital?
Sin duda. Creo que esto es una práctica cada vez más frecuente y los profesionales debemos utilizarla a nuestro favor. Debemos salir de nuestras consultas para llegar a los entornos naturales donde se desenvuelven nuestros niños y adolescentes, los reales, como los centros educativos y los virtuales, con las TICS y las redes, puesto que es ahí donde ellos ahora “están” y “viven”. De ahí que busquen en ese entorno virtual al psicólogo o la app (Headspace, Calm, etc.) que les ayude, como antes podía buscar el gabinete más cercano a su casa. Igualmente se están desarrollando tratamientos a través de videojuegos o de realidad virtual, por ejemplo, para mejorar las funciones ejecutivas o el TDAH. La cuestión es que es difícil poder establecer la fiabilidad de estos recursos online, del mismo modo que se conocen la eficacia y seguridad de otras psicoterapias y mucho más de los tratamientos farmacológicos.
Por último, más allá de los temas abordados, ¿cuáles cree que son los grandes avances que hay que destacar en la especialidad que se han hecho los últimos años y lo que se perfila que está por llegar?
Creo que un gran avance en España ha sido el reconocimiento de la especialidad de Psiquiatría Infantil y de la adolescencia, el 3 de agosto de 2021. Un logro no solo para los profesionales, también para dar visibilidad a estas patologías. Más allá de esto, creo que los espectaculares y continuos avances en genética, en el conocimiento de los mecanismos fisiopatológicos, moleculares, subyacentes, no ya a las enfermedades, si no a la salud mental como estado de bienestar, unido a la inteligencia artificial, aportarán mucha más luz al conocimiento de trastornos mentales en niños y adolescentes. Pero siempre, sin perder de vista la necesidad de un abordaje complementario, también psicoeducativo, psicoterapéutico y psicosocial que tenga en cuenta la complejidad de estos trastornos