La revista
Nature Communications publicó los resultados de un estudio que evidenciaba un mayor retraso diagnóstico en las
mujeres que en los hombres en, al menos, 700 enfermedades. Las mujeres son diagnosticadas de cáncer 2,5 años más tarde que los hombres, y 4,5 años después en la diabetes. La única excepción es la osteoporosis, cuyo diagnóstico se retrasa algo más en hombres. Este estudio, realizado en la Universidad de Copenhague, analizó los datos de casi siete millones de hombres y mujeres durante 21 años y concluye que se deben considerar incorporar estrategias con enfoque de género en el análisis de los síntomas y signos de las enfermedades. Lo cierto es que el conocimiento que ya existe en este sentido revela que en salud no se puede seguir utilizando el modelo de ‘talla única’ para todos, ya que hablamos de una talla masculina que, hasta ahora, solo ha sido utilizada en hombres.
Los sesgos de género en la atención sanitaria se relacionan con el proceso de enseñanza-aprendizaje durante la formación universitaria, y estos se derivan de una generación de conocimiento sesgada. No obstante, existen numerosas publicaciones que evidencian estas diferencias, por lo que no se entiende que tal discriminación se mantenga en la práctica clínica, sostiene la profesora María Teresa Ruiz-Cantero, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad de Alicante, y una incansable estudiosa del sesgo de género en salud. La docente alega como una posible explicación de esta situación la manera en la que se expresan y aparecen las enfermedades, por lo que es importante analizarlas de forma independiente desde una perspectiva de su afectación en la mujer.
Ictus, primera causa de muerte femenina
En el colectivo imaginario se sigue viendo al cáncer como la primera causa de muerte de las mujeres, sin embargo, los datos revelan que este nefasto ranking lo lideran las enfermedades cardiovasculares tanto en el continente europeo como en el americano. Los datos que maneja la Fundación Española del Corazón (FEC) apuntan a que tres de cada decena de muertes que se producen entre la población femenina están relacionadas directamente con algún problema coronario. Y de entre la amplitud de enfermedades cardiovasculares, el ictus es la patología más mortal en la mujer.
En España, cada año, alrededor de 130.000 personas padecen ictus, un problema que tiene asociado un gran impacto sanitario y social debido a su elevada incidencia y prevalencia, tal como se refleja en El Atlas del Ictus en España elaborado por la Sociedad Española de Neurología (
SEN). Del total de afectados, cerca de 30.000 no logran sobrevivir, correspondiéndose casi el 60 por ciento de esas muertes a la población femenina. Hablamos de una enfermedad que, además, es la primera causa de discapacidad adquirida en el adulto –la Encuesta de Discapacidad, Autonomía personal y Situaciones de Dependencia del INE tasa en 506.800 las personas con discapacidad producida por un daño cerebral adquirido, y de ellas, el 51,5 por ciento son mujeres–. También es la segunda causa de demencia tras el Alzheimer, suponiendo una carga no solo sanitaria y asistencial (se calcula una media en torno a 28.000 euros por paciente al año), sino también personal y familiar.
Diagnóstico tardío
Las causas que han propiciado este protagonismo de la enfermedad cerebrovascular en la merma de la calidad de vida y los fallecimientos femeninos son muy diversos y difíciles de abordar, por lo que la suma de todos ellos provoca un gran problema de salud. Por un lado, nos encontramos con las diferentes manifestaciones que tiene la propia enfermedad entre las mujeres: el ictus suele aparecer una media de 10 años más tarde que en el hombre, ya que los estrógenos les proporciona una protección adicional. Con la llegada de la menopausia y la caída de esta hormona, se termina esa protección. Ciertos estudios apuntan a que los síntomas de inicio del ictus pueden ser más inespecíficos en la mujer, lo que deriva en un diagnóstico tardío. Además, nos encontramos con que determinados factores de riesgo fundamentales, como es el caso del consumo del tabaco y el alcohol o el sedentarismo, han tenido un claro aumento en los últimos años en la población femenina.
Tampoco se debe menospreciar el hecho, que en ocasiones se pasa por alto, de que las mujeres acuden más tarde al médico. Esto es así porque son ellas las que suelen poner su salud en último término, pero también porque desde las consultas a veces no se otorga la relevancia que merecen haciendo pensar a la mujer que su dolencia no es tan grave como es en realidad. En el infarto de miocardio, por ejemplo, añadido al dolor torácico como síntoma de alerta, las mujeres tienen otras alarmas adicionales como son las náuseas y los mareos, que pueden despistar a algunos profesionales sanitarios que terminan diagnosticando erróneamente ansiedad o depresión.
Son factores que si se dan al unísono ocasionan que cuando una mujer sufre un ictus o un infarto se manifiesten de forma mucho más grave que el hombre, le provoquen secuelas más incapacitantes y definan una mayor mortalidad. En ese sentido, ellas tienen un 40 por ciento más de probabilidades de fallecer por ictus que los varones y un 50 por ciento de hacerlo por infarto de miocardio a lo largo del primer año tras el incidente. Igualmente, presentan un 60 por ciento más de riesgo de terminar sufriendo una insuficiencia cardíaca grave.
Sesgo en el manejo del infarto
Centrándonos en los paros cardíacos, un estudio realizado por el Grupo de Trabajo de Mujeres en Cardiología de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), con la colaboración de la Fundación IMAS y el Ministerio de Sanidad, asegura que ser mujer es un factor de riesgo independiente en el infarto de miocardio con elevación del segmento ST, ya que aumenta un 18 por ciento las probabilidades de fallecer por esta causa frente al 9 por ciento que lo hace en el hombre. Además, a las mujeres que acuden con este problema al servicio de Urgencias se les realizan un 15 por ciento menos de angioplastias primarias.
Según la investigación, las causas de esta brecha tienen su origen en que las mujeres afectadas por un ataque al corazón eran, de media, 10 años más mayores y presentaban más comorbilidades: el 60 por ciento tenía hipertensión frente al 46 por ciento de los varones, insuficiencia cardíaca en el 33 por ciento de las mujeres frente a un 22 por ciento, diabetes con un 36 por ciento frente a un 26 por ciento o demencia (9 por ciento y 3 por ciento). A estos datos, la cardióloga Antonia Sambola, coordinadora del mencionado Grupo de Trabajo, cree que se debe tener también en cuenta que las mujeres con un infarto agudo de miocardio aguantan más los síntomas y los minimizan, acudiendo mucho más tarde al sistema sanitario. Son factores que influyen en gran medida, ya que cuando llegan al hospital, a veces, ya es muy tarde para intervenirlas adecuadamente, aduce.
En una segunda parte del estudio, se ha demostrado que las mujeres sufren con más frecuencia un infarto de miocardio complicado con shock cardiogénico (el grado más severo de insuficiencia cardiaca), un 8 por ciento frente a un 5,1 por ciento, y experimentaron una mortalidad también más elevada (un 65,8 por ciento frente a 58,5 por ciento). Pero lo que más destaca de esta ampliación de la investigación es que ahondan en la cuestión de las causas que provocan esa disparidad. Así, el estudio revela que ellas fueron derivadas con menor frecuencia a los centros especializados, recibieron menos tratamiento con angioplastia en comparación con los hombres, y tuvieron una mortalidad intrahospitalaria más alta.
Solo se reconoce en el hombre
Excluyendo a los centros sanitarios de la ecuación, las mujeres también tienen peor pronóstico de rehabilitación si sufren un paro cardíaco en un entorno social donde las personas parece que no reconocen igual a las mujeres que a los hombres que habían sufrido un colapso seguido de una parada del corazón. Esa falta de reconocimiento provocó retrasos en la llamada a los servicios de emergencia y en la administración de un tratamiento de reanimación. Esa es la conclusión de una investigación realizada por la Universidad de Ámsterdam y publicada en el European Heart Journal.
Este trabajo concluye que las mujeres no recibieron un tratamiento igualitario cuando sufrían un paro cardiaco, quizás por el hecho de que ellas presentaban aproximadamente la mitad de las probabilidades que los hombres de sufrir un ritmo susceptible de ser tratado, es decir, un ritmo cardiaco caótico de más de 300 latidos por minuto. En estos casos, la muerte sucede en minutos a no ser que el corazón reciba una descarga eléctrica, la compresión torácica o masaje cardíaco enfocados a intentar restablecer la actividad del corazón.
Las conclusiones revelan tristemente que las mujeres presentaban menos probabilidades que los hombres de recibir un intento de reanimación (68 por ciento frente a 73 por ciento). En relación con la supervivencia desde el paro cardiaco hasta el ingreso hospitalario, esta fue menor también en las mujeres (34 por ciento frente a 37 por ciento), incluso después del ingreso y hasta el alta ellas también tuvieron menos posibilidades de salvarse (37 por ciento en comparación con el 55 por ciento). El estudio analizó también el trato recibido en el propio centro sanitario concluyendo que las diferencias de género también se presentaron en el momento del diagnóstico y en la decisión de intervención. En definitiva, que la mujer tenía la mitad de oportunidades que el hombre de salir con vida del hospital.
Más tumores de pulmón en la mujer
Otro grupo de patologías que afectan en gran medida a la mujer y constituyen una de las principales causas de fallecimiento son los problemas oncológicos. Se estima que unas 118.000 mujeres serán diagnosticas de cáncer en nuestro país durante este año. Si bien la actual pandemia ha relevado al cáncer a la tercera causa de mortalidad entre la población española, lo siguen siendo del 26 por ciento de los fallecimientos en nuestra sociedad. No obstante, en general, la mortalidad por cáncer ha experimentado un fuerte descenso en las últimas décadas debido a un incremento de la supervivencia de los pacientes, gracias a las actividades preventivas, las campañas de diagnóstico precoz y los importantes avances terapéuticos.
Los últimos datos ofrecidos por la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) en su informe ‘Las cifras del cáncer en España 2020’, estiman que una de cada tres mujeres padecerá cáncer a lo largo de su vida. Por su parte, entre 2008 y 2013, la supervivencia neta a cinco años de las diagnosticadas fue de 61,7 por ciento y sigue en aumento. Los tumores con mejores datos de supervivencia en la mujer son el de tiroides, con un 93 por ciento; el melanoma cutáneo, con un 89 por ciento; y el cáncer de mama, con un 86 por ciento; mientras que en el cáncer de páncreas fue solo del 10 por ciento, en los de hígado y esófago del 16 por ciento, y en el de pulmón del 18 por ciento.
Si hablamos de fallecimientos, los tumores responsables del mayor número de muertes entre las mujeres españolas son los de mama (con un aumento del 0,7 por ciento), de colon y recto (con una reducción del 3,8 por ciento); y de pulmón (con un incremento de un 2,2 por ciento, alcanzando los 5.000 fallecimientos). Es, precisamente, el aumento de las afectadas por cáncer de pulmón lo que más alertas están provocando en los especialistas por su tendencia creciente anual en todo el mundo correlacionada con la incorporación de la mujer al hábito tabáquico. De hecho, este cáncer pasó de ser el cuarto tumor más diagnosticado en las mujeres españolas en las estimaciones para el año 2015, al tercero más incidente en 2019. Una tendencia que se confirma para 2020 con una estimación de 7.800 nuevos casos de mujeres con este tipo de tumor.
Desde SEOM explican que una de cada tres muertes por cáncer se podría evitar si se controlaran los factores de riesgo evitables como las infecciones causantes del 25 por ciento de los tumores; el alcohol relacionado con el desarrollo de hasta un 12 por ciento; el sedentarismo, las dietas inadecuadas y el tabaco. Este último se considera que es el responsable del 33 por ciento de los tumores y el 22 por ciento de las muertes por cáncer. De hecho, es el principal factor asociado al desarrollo de tumores de pulmón, vejiga, cabeza y cuello; esófago o páncreas, entre otros. Otro factor evitable es la obesidad, de la que también existe evidencia que se asocie como causa de, al menos, nueve tipos de cáncer, teniendo un impacto en la incidencia directa de 450.000 casos cada año. Una patología, la obesidad, a la que es más propensa también la mujer.
Cambios hormonales y salud
Más allá de las diferencias que se dan en la sintomatología y las manifestaciones de diversas patologías entre hombres y mujeres, el mero hecho de ser mujer condiciona biológicamente el desarrollo de ciertas enfermedades. En este escenario, cada vez más, hay estudios clínicos que relacionan el factor hormonal de la mujer como el detonante que la protege o desprotege frente a ciertas dolencias, y es el origen de otras patologías que, en cierto sentido, han sido silenciadas socialmente y que por fortuna se van estudiando en más profundidad y tratando cada vez mejor. Por tanto, la salud de la mujer está directamente relacionada con sus hormonas y los cambios que se van produciendo a lo largo de las diferentes etapas de la vida.
Son, precisamente, las hormonas femeninas uno de los factores que incide directamente en las enfermedades cardiovasculares, tanto en la protección frente a ellas como en el incremento del riesgo. Con el embarazo, por ejemplo, esos cambios fisiológicos en la mujer constituyen el detonante del desarrollo de estados hipertensivos que pueden dar lugar a eclampsias y preclamsias, así como a diabetes gestacional o síndromes cerebrovasculares. Pese a que son factores de riesgo que se pueden controlar durante la gestación, son problemas que van ligados a un elevado riesgo de sufrir problemas cardiovasculares a largo plazo. Las disfunciones endoteliales son la causa de enfermedades aún sin solución como la endometriosis, que se calcula que afecta a entre el 10 por ciento y el 15 por ciento de la población femenina y que también supone un incremento del riesgo coronario.
En el ámbito neurológico y del sistema inmunitario, son varias las enfermedades que se manifiestan de una forma preferente en la mujer debido a los cambios hormonales que conlleva el embarazo ya que provocan que el cerebro responda de forma diferente al interaccionar con ciertos neurotransmisores, según apuntan diversos estudios. Así hay enfermedades que pueden empeorar durante la etapa gestacional como es la epilepsia, la migraña o ciertos tumores; mientras que otras como la esclerosis o la artritis reumatoide parece mejorar con posibles brotes o recaídas tras el parto. En definitiva, se trata de un momento vital que debe ser tenido en cuenta para controlar patologías existentes y prevenir otras posibles en un futuro.
La menopausia es otra etapa en la vida de la mujer en la que un nuevo cambio hormonal es clave en su salud. Es un momento que cambia la historia de ciertas enfermedades, ya que el hecho de desaparecer el factor protector de los estrógenos hace que haya dolencias que se manifiesten de forma más o menos agresiva, como ocurre, por ejemplo, con la migraña, el Alzheimer, la diabetes o los trastornos del sueño; y que se incrementen otros factores de riesgo como la hipertensión o la obesidad.
Síndrome genitourinario
La menopausia es también el origen de otros problemas más importantes en la salud de la mujer que tienen una implicación muy importante en su calidad de vida. Uno de ellos está relacionado con el aparato reproductor y las vías urinarias, dado que la disminución de los niveles de estrógenos hace que el revestimiento de la vagina se vuelva más fino, seco y menos elástico, y el de la uretra más corto y delgado.
Se trata del síndrome genitourinario, un trastorno que, según la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO), afecta al 80 por ciento de las mujeres que tienen menopausia. Algunos estudios lo sitúan en el 60 por ciento de las mujeres entre 45 y 85 años. En cualquier caso, significa que un elevado porcentaje de mujeres van a padecer este síndrome en su vida cuyo principal síntoma es la sequedad vaginal y la causa de las atrofias vaginales, infecciones en el tracto urinario o problemas de incontinencia urinaria.
El alto grado de afectación hace necesario campañas orientadas a la prevención de la salud genitourinaria de la mujer fomentando hábitos orientados a mantener una buena salud de la mucosa vaginal. En ese sentido, se recomienda no consumir tabaco porque aumenta el metabolismo estrogénico, mantener una dieta sana, un peso adecuado y practicar ejercicio. Parece ser que también podría ser beneficioso mantener relaciones sexuales, ya que aumentan el flujo sanguíneo, la elasticidad y la lubricación, pero no se ha demostrado la frecuencia con la que se debe hacer. A partir de ahí, se puede considerar una buena hidratación que ayude a reepitelizar la mucosa cérvico-vaginal y reequilibre la microbiota como terapia de primera línea.
Huesos más frágiles
Otro problema de salud asociado a la disminución de los estrógenos en la mujer es la reducción de la masa ósea, lo que se traduce en huesos menos densos y más frágiles con el consiguiente riesgo de sufrir osteoporosis y, lo que es peor, las temidas fracturas. Se calcula que, durante los primeros cinco años tras la menopausia, la densidad ósea se limita muy rápido para después regularse y hacerlo en la misma proporción que el hombre. La osteoporosis afecta a una de cada tres mujeres mayores de 50 años y aumenta a una de cada dos a partir de los 70 años, siendo una patología eminentemente femenina, tal como indican los informes de la Fundación Internacional de Osteoporosis. El gran problema que presenta es que no muestra síntomas ni señales aparentes, por lo que es fundamental prevenirla antes de que sea demasiado tarde y se produzca una fractura ósea por fragilidad.
Estas fracturas, además de dolorosas, son tremendamente incapacitantes y limitantes –una de cada cuatro personas puede caminar sin ayuda al año de haberse roto la cadera–, pero entre las peores consecuencias que acarrean está el riesgo de muerte –alrededor del 20 por ciento de las personas fallece tras una fractura de cadera durante el primer año–.
El informe ‘Huesos rotos, vidas rotas: guía para afrontar la crisis de fracturas por fragilidad en España’, contabilizó alrededor de 330.000 fracturas por fragilidad en nuestro país a lo largo de 2017, y se prevé que la incidencia anual aumente hasta las 420.000 para el año 2030. Desde la Sociedad Española de Investigación Ósea y Metabolismo Mineral (SEIOMM) apuestan por la prevención primaria y secundaria para ponerle freno a esta enfermedad, ya que indican que solo el 20 por ciento de los pacientes con una fractura abandonan el hospital con un tratamiento osteoporótico. En ese sentido, esta sociedad trabaja para facilitar la creación de más Unidades Hospitalarias de Fractura a nivel nacional.
La visibilización de estas enfermedades consideradas femeninas –por su estrecha relación con los cambios hormonales que experimenta la mujer a lo largo de su vida–, ha sido el objetivo del primer Woman Homonal Summit que ha contado con la participación de especialistas y testimonios de pacientes. Su misión es fomentar el estudio de esta relación entre las hormonas sexuales femeninas y la salud, mejorar su manejo que, en ocasiones, difiere del que se hace en el varón; fomentar la prevención y la divulgación; y empoderar a las mujeres para que puedan tomar decisiones informadas sobre su salud. Sea como fuere, es evidente que el sexo debe ser un motivo más para ajustar la asistencia clínica tanto de hombres como de mujeres.